martes, 3 de abril de 2012

Guillermo Tell




¿Te acuerdas?

La vida la marcaba el pito de la fábrica. Los trabajadores entraban, o salían, juntos, eran compañeros. No trabajaban juntos. Eran compañeros. ¿Te acuerdas?

Había reuniones multitudinarias, planes, estaban todos, estaban unidos, había un futuro por el que pelear, un mundo que conquistar.  ¿Te acuerdas? Había una cosa que se llamaba esperanza.  ¿Cuándo fue la última vez que oíste esa palabra?

Siempre había alguien ayudando a alguien, pese a  uno mismo, la solidaridad era algo cotidiano. ¿Cuándo fue la última vez que fuimos solidarios?

Luego vinieron las traiciones y los principios de compra y venta, las derrotas y el desengaño cotidiano. El sálvese quién pueda. El sé tú mismo, el desconfía, siempre desconfía. El piensa en ti, que nadie, nunca.

De eso sí te acuerdas, estoy seguro. Lo hemos oído mil veces y repetimos la lección como insensatos. Nos han contado la derrota, y les hemos creído, los hemos visto rotos siguiendo con sus vidas, pero sabemos quiénes fueron, sabemos que hicieron y sabemos que detrás de esa sonrisa cotidiana hay un soñador que intentaba forjarnos un futuro. Que intentaban forjar el futuro. Detrás de ese hastío hay un guerrero orgulloso. Derrotado, sí, pero guerrero y con el corazón sabiendo que ha peleado. Héroes caídos en el olvido, pero héroes.

¿Cuándo fue la última vez que tuvimos un compañero? Uno de verdad, no alguien que trabaja en el mismo sitio, un desconocido que vive otra vida. Un compañero que al mirarlo nos vemos a nosotros mismos, no a ese otro tan terriblemente ajeno.

¿Cuándo fue la última vez que tuvimos esperanza? No esa esperanza cotidiana de amanecer otro día, como estamos, un poquito mejor, no mucho más aunque nos engañemos. Esperanza, la gran esperanza de que el futuro sea un gran futuro en el que quepamos todos, en que caminemos juntos.

¿Cuándo fue la última vez que fuimos solidarios? No caritativos, dando lo que realmente nos sobra. Cuando renunciamos a parte de nosotros mismos para contribuir a algo, para ayudar a muchos, aunque fuesen desconocidos, porque todos aquellos otros éramos también nosotros mismos.

Y ahora aquí estamos, solos, porque nos dijeron que el otro es el enemigo, que pretende asaltar en castillo de nuestra única e indivisible individualidad y navegamos como islas inconexas en este oceáno, rotos los hilos que nos unían pero ciegos a las cadenas que nos atan. Solos. Escuchando historias de viejos héroes olvidados y creyendo únicamente en la derrota y en agarrarse al mejor madero cuando se hunde el barco.
Solos, sin compañeros, sin esperanza, insolidarios.

Pero hubo un tiempo de héroes que no se tenían más que a ellos mismos, orgullosos de ser quien eran, y por ello, serán siempre más ricos de lo que nunca seremos nosotros.

Pero de todo se aprende, y de todo queda, y donde hubo sueños siempre quedan brasas, y porque podrán destrozarte los ideales pero no doblegarte las ideas, porque alzaron cuando llegó el momento el puño y la cabeza, no se apagó la antorcha, se ha recogido, y en este momento aciago, cuando la desesperanza acecha, cuando nada sirve para nada, cuando no se puede cambiar nada y todo será siempre lo mismo, ese espíritu que no se rinde, del que no se habla, pero se recuerda, ha vuelto, si es que se fue alguna vez del todo, para recordarnos que las cosas no se arreglan solas, que tenemos nuestros anhelos, nuestros nuevos viejos sueños para una nueva vieja época,      que digan lo que digan nos tenemos,  que no se puede es una gran mentira, que se puede, vaya si se puede, y lo sabemos.





1 comentario:

  1. molt bonic; és trist pero al mateix temps anima a seguir intentar volar, gracies, m'encanta la musica final.

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